
Encuentro con Gorosito…
Daniel Gorosito Pérez
EL POETA DEL JAZMÍN EN LA SOLAPA
- Partilhar 08/04/2024
A la memoria de Amado Nervo (México
1870-Uruguay 1919)
A 100 años de su
fallecimiento (1919-2019)
Autor:
Washington Daniel Gorosito Pérez-
Seudónimo: Mario Camilo Blanes
Aquella tarde, al igual que
otras, Don Giusseppe cargaba su canasta de
jazmines en el brazo izquierdo. La rambla
montevideana se extendía hasta perder su
serpentear en el horizonte.
Era domingo,
ese día tan especial añorado durante toda la
semana. No con el objetivo de las parejitas
jóvenes que veía pasear alegremente de la
mano y lanzarse miraditas provocativas y
susurros al oído. Pero, ¿Qué hacía él ahí?
Su pregón con acento siciliano,
”jazmine, jazmine, jazmine, jazmine”; no
sonaba extraño en un joven país que había
abierto de par en par sus puertas a la
inmigración. Por momentos la ciudad, se
comparaba con la Torre de Babel. Chispazos
llegaban a su mente de la pobre infancia
insular, una adolescencia en los olivares
trabajando a brazo partido. Luego, la gran
decisión: ir a hacer “la América”. Los
comentarios vertidos en las cartas por los
ya idos, se hacían gigantes en las
repeticiones de las madres del pueblo.
El viaje, él y Antonieta solitos con su
amor y sus sueños hacia tierras extrañas, al
poco tiempo, el accidente en la fábrica. Su
saldo: la pérdida de la mano izquierda.
Adiós al trabajo, bienvenidas las
necesidades. Y como si fuera poco,
inmediatamente la enfermedad de Antonieta.
Los pocos ahorros se fueron en medicinas,
doctores, y para colmo de males, un
desenlace trágico. Sólo le quedaba el
consuelo de haberla amado como a nadie. La
soledad se hacía insoportable, los recuerdos
más…
Al ver esas parejas de jóvenes
no se le despertaba envidia; era un hombre
bueno; pero el pensamiento era “que no
fueran a sufrir como él”. El domingo
significaba buenas ventas y el recuerdo de
las caminatas por la rambla con Antonieta.
Sin importar clases sociales, la sociedad
montevideana se encontraba allí en pleno las
tardes de domingo. Los galanes obsequiaban
blancos jazmines a sus amores.
Había
decidido cambiar de sitio; la inauguración
de la mole blanca, bautizada con el nombre
de “Parque Hotel”, llamaba a los curiosos
hasta formar multitudes que observaban el
coloso de color blanco. Pasaban dos
paseantes a su lado y comentaban lo
maravilloso de la obra, oyó decir a uno de
ellos: “que era de estilo ecléctico y
afrancesado”.
Corría el mes de abril
de 1919, en Uruguay se vivían años de
bonanza, exportando materias primas al viejo
continente. La clase alta a través de
frecuentes viajes a Europa, adquiría un
modelo de vida, a imagen y semejanza del
parisino de la época, conocido como “Belle
Époque”. Montevideo, su capital, se erguía
junto a su hermana Buenos Aires de allende
el Plata, en centro económico y cultural del
momento. Y Giusseppe aportaba jazmines…
Una tardecita otoñal, vio llegar a un
hombre delgado, enjuto, de ojos tristes,
calva pronunciada sobre la frente; traje
gris impecable, y un caminar lento, pausado.
Éste, se inclinó sobre la canasta, le
entregó un peso oro, tomó un jazmín y lo
colocó en la solapa derecha del saco.
Giusseppe al querer darle su cambio,
recibe como respuesta un leve ademán con la
mano derecha y la palabra “gracias”. El
caballero se retiró lentamente, cruzó la
avenida seguido por la mirada del vendedor.
Su pago correspondía a la venta de media
canasta; sólo tomó una para colocarla en el
ojal del saco.
Y entró en el Parque Hotel.
Giusseppe sonrió, tomó
su canasta; la llegada del misterioso
cliente coincidía con las últimas luces del
día; un sol carmesí, moribundo, se reflejaba
en el agua del Río de la Plata. Se fue
caminando lentamente con el peso de los años
a cuestas. Al día siguiente, decidió caminar
por la rambla, la brisa se sentía fría,
pronóstico de un invierno crudo y
tempranero. Esta era la peor época del año
para las ventas.
Su amigo Mario, el
florista, después del accidente lo había
metido en el negocio “Venda jazmines, es
como la flor nacional, a todos les encanta”.
Había tomado la canasta que estaba arrumbada
en un rincón del dormitorio; bueno era un
decir, era la única habitación
multifuncional, exceptuando el baño.
Esa canasta era la que Antonia usaba para
vender “Pannetone” casero, que amasaba con
sus propias manos. ¡Cómo
extrañaba aquellos olores! Con esos
recuerdos en su mente y sin darse cuenta
llegó frente al Parque Hotel. Se sentó en el
muro de cemento frío, la canasta a su lado
parecía estar rebosante de copos de nieve.
A lo lejos se divisaba la Isla de las
Flores. Según le contaron, llevaba el nombre
por un ex-presidente que hizo construir una
cárcel en la misma para sus opositores. El
vuelo de una gaviota, casi suspendida en el
aire, parecía marcar el sendero por el que
venía aquel hombre caminando.
Se le
veía encorvado, con su mirada en el suelo.
Al llegar donde Giusseppe, metió su mano en
un bolsillo del saco, extrajo un peso de oro
y tomó el jazmín; repitiendo el ademán de
días anteriores, lo llevó hacia la solapa,
colocando la flor. Con voz varonil agradeció
y cruzó lentamente la calle, luego de dejar
pasar un Ford T con su acostumbrado ruido, y
se metió en el Parque Hotel. Don Giusseppe
apenas alcanzó a contestar el saludo;
nuevamente el caballero declinó recibir su
cambio cortésmente. Al extraer la flor de la
canasta; el amable caballero fue observado
minuciosamente por el vendedor.
Éste
miró atentamente una bandera en la solapa
izquierda del saco del hombre. Tenía los
mismos colores que los de su lejana Italia,
se diferenciaban por lo que parecía ser un
águila en el centro.
No se atrevió a
preguntar.
Mueren los días, la brisa se
convierte en frío, la acompañan lloviznas.
El agua corre raudamente por los cristales
de la ventana.
Giusseppe decide
visitar a Gianni, un Paisano que vende
periódicos. Con él practica el trueque.
Después de platicar sobre sueños no
realizados y la muy lejana Italia, le deja
un ramo de jazmines para su esposa y trae
periódicos viejos con los que envolverá su
mercancía.
Ha pasado el mediodía,
sube al tranvía y regresa a casa. No ha
parado de llover, otro día perdido. Deja los
periódicos sobre la mesa, se prepara un té y
se sienta a ojearlos. Toma al azar un
ejemplar del diario “El Día”, el del Partido
Colorado. Al ver la primera página, sus
brazos se ponen tensos, la respiración se
entrecorta, aprieta el periódico.
Ve
la foto del hombre de mirada triste, el
caballero misterioso; el titular a varias
columnas rezaba: Al amanecer de este día,
los médicos rodeaban su lecho”. Entre ellos
no había consuelo: lo inevitable era
inminente. La dolorosa noticia circuló
inmediatamente por toda la ciudad de
Montevideo, el poeta Amado Nervo había
fallecido en Uruguay. Se conoció la triste
noticia en su patria lejana, el hermoso
México y en el mundo.
Nubes oscuras
epilogaban la jornada. Continúa lloviendo
muy penosamente. Levantó los ojos del
periódico en los que tenía lágrimas de
verdad. Era él. El poeta del jazmín en la
solapa.
¡Estaba muerto!
¡Hasta el próximo encuentro…!
Dr.(c). Washington Daniel Gorosito Pérez
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