Encuentro con Gorosito…
Daniel Gorosito Pérez
RECORDANDO A OCTAVIO PAZ: “LA MENTIRA EN MÉXICO”
- Partilhar 19/03/2023
La primera
edición de El laberinto de la soledad, de
Octavio Paz, se publicó con el sello de
Cuadernos Americanos en 1950. El colofón de
esa edición reza: “Este libro se terminó de
imprimir el 15 de febrero de 1950 en los
talleres de la editorial Cultura, avenida
República de Guatemala, número 96 de la
ciudad de México, DF”.
El mismo
Octavio Paz dijo en 1989 que su libro El
laberinto de la soledad no era un tratado de
psicología o sociología acerca de México. Es
puntualizó el poeta “una confesión o mejor
una declaración. Una declaración de amor.
Todos llevamos dentro un desconocido. Quise
penetrar en mí mismo y desenterrar ese
desconocido”
Este libro mío sobre
México (y los otros con tema parecido), son
lo que soy yo, también lo que no soy y no
quiero ser y quisiera ser: el desconocido
que me habita, (es) una tentativa por
desenterrarme, y verme, y viéndome, ver el
rostro de mi país.
Recordando a
Octavio Paz quiero compartir un texto
publicado en Novedades, el 11 de octubre de
1943. El mismo adelanta temas de El
laberinto de la soledad y muestra el
espíritu visionario y el sentido crítico de
ese mexicano universal.
En momentos
tan complejos de la historia de nuestro
México como los que estamos viviendo, este
texto que nos regalara el Premio Nobel de
Literatura 1990 nos debe conducir décadas
después de escrito, a la reflexión y a
cuestionarnos la vigencia de su contenido.
“Una de las virtudes del pueblo inglés
es su capacidad para resistir, en plena
lucha, las verdades más amargas y las
críticas más enconadas. Ahora mismo mientras
Inglaterra se enfrenta a una de las crisis
totales de su historia, empeñada en un
combate en el que el premio es la vida
misma, algunos ingleses no vacilan en
denunciar ante sus propios compatriotas y
ante el mundo entero los vicios y defectos
de su patria, de sus instituciones y de sus
hombres.
Muchos piensan que esta
libertad de espíritu nace del prolongado
goce de los derechos democráticos de
expresión de las ideas.
No lo creo:
la democracia facilita esa expresión, la
hace posible, pero no la engendra. Ese
denodado amor a la verdad, ese valeroso
poner el dedo en la llaga del propio cuerpo,
nace de algo más profundo que unas
instituciones políticas.
El valor de
los ingleses para decirse las verdades y
para resistir que se las digan es el fruto
de su prosperidad material, sí, pero también
de su saludo moral, de su seguridad
interior.
Muchos pueblos gozan de
libertad de expresión; pocos la utilizan
para algo que no sea mentirse entre ellos,
calumniarse y engañarse. La democracia
francesa sirvió para engañar al pueblo
francés; la libertad de prensa en la época
maderista produjo la mentira sangrienta de
Huerta.
No basta la libertad de
expresión para que nazca el amor a la
verdad; se necesitan varias condiciones
interiores, cierta integridad de espíritu,
fortaleza de alma y serenidad de conciencia,
hijas de la salud moral, para poder expresar
una verdad y para soportar que nuestro
vecino la exprese.
La honradez de
carácter de los ingleses tiene dos
limitaciones: el positivismo y el
nacionalismo. Los ingleses aman los hechos,
las verdades concretas y sólidas, pero no
muestran ninguna simpatía por las
abstracciones y las generalizaciones; su
amor a la verdad les hace desconfiar de las
teorías y de las especulaciones
desinteresadas.
El nacionalismo
también los empobrece, las críticas de los
extranjeros no alteran su flema y su
insensibilidad frente al clamor de los
extraños, da la razón, una vez más a la
vieja sentencia: “No hay peor sordo que el
que no quiere oír”.
Pero todas estas
limitaciones dejan intacto el hecho
primordial: los ingleses aman la verdad,
aunque esta sea fragmentaria e inglesa y son
capaces de resistirla. ¿Podemos decir
nosotros algo semejante? Algunos
historiadores recientes proclaman que
nuestra historia es un tejido de mentiras.
Es su deber: sólo viven para rectificar
a sus maestros o a sus antepasados. Pero no
es nada más la historia: nuestra vida diaria
sería inexplicable sin la mentira que la
alimenta, la hipocresía que la vela y la
complicidad de todos los que no nos
atrevemos a denunciar nuestra miseria y
pequeñez.
¡La mentira inunda la vida
mexicana: ficción en nuestra política
electoral; engaño en nuestra economía, que
sólo produce billetes de banco; mentira en
los sistemas educativos; farsa en el
movimiento obrero (que todavía no ha logrado
vivir sin la ayuda del Estado); mentira otra
vez en la política agraria; mentira en las
relaciones amorosas; mentira en el
pensamiento y en el arte; mentira por todas
partes y en todas las almas.
Mienten
nuestros reaccionarios tanto como nuestros
revolucionarios; somos gesto y apariencia y
nada, ni siquiera el arte se enfrenta a su
verdad.
La mentira nace de la pobreza
física y espiritual, como una compensación;
la imaginación nos engaña con torpes
fantasías, puesto que la realidad nada nos
puede dar.
Este engaño acabará cono
nosotros, porque un pueblo no puede vivir de
viento y mentira. Tampoco de esas medio
verdades en las que somos pródigos. La media
verdad ni siquiera es una mentira: es una
medio mentira, un ser híbrido.
El
miedo a la verdad que nos lleva a mentirnos
cualidades que no poseemos, también exagera
nuestros defectos o ve únicamente nuestros
vicios: de la hipocresía saltamos al
masoquismo: Vasconcelos todo lo ve negro
como Orozco: no sé si su pesimismo es un
defecto visual o una manera de oponerse al
optimismo profesional de los otros.
Los dos niegan a nuestros héroes; el resto,
los canoniza. Pero, ¿por qué hemos de tener
ídolos en lugar de héroes, fantasmas en
lugar de hombres de carne y hueso? Ni somos
el país más rico de la Tierra, ni somos la
escoria del globo; los indios no tienen la
llave del paraíso terrestre ni son inmóviles
cactus vivos, ornato del árido paisaje,
fondo para el cuadro “revolucionario” o tema
del orador gangoso.
Una verdad a
medias es más nociva que una mentira
completa. Somos un pueblo triste, pero nadie
gasta más que nosotros en fiestas; somos un
pueblo manso, pero todos los días nos
matamos; somos un pueblo sobrio, pero todos
nos emborrachamos; la mentira nos envuelve y
nadie se engaña a sí mismo con tal natural
hipocresía, pero tampoco nadie se dice las
cosas con tal desnuda desesperación.
Este desequilibrio brota de nuestra
inseguridad interior. No sé como podríamos
utilizar esta energía estancada y enfermiza,
que ahora sólo sirve para destruirnos, pero
creo que necesitamos ante todo, de la
verdad.
Pues si la mentira torna
fantasma cuanto toca, decir la verdad es
empezar a existir verdaderamente. He aquí
una de las pocas misiones políticas o
públicas de los escritores mexicanos, aunque
me temo que muy pocos la verán con simpatía.
Prefieren el ejercicio de la mentira, de
la verdad prudente o de la media verdad, de
la verdad partida o partidista.
¡Hasta el próximo encuentro…!
Dr.(c). Washington Daniel Gorosito Pérez
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- n.46 • março 2023